
Esta antología hace parte de la Agenda Cultural
de la Secretaría de Cultura de Palmira,
mediante una convocatoria abierta
realizada a la ciudad,
en el marco de la propuesta
Circulo de Poesía Palmirana 2025
presentada por la gestora cultural
Claudia Jimena Velásquez Meza
© Más Allá del Vuelo
3ra. Antología de poesía Palmirana
©Secretaría de Cultura de Palmira, Agenda Cultural 2025
Gestora del Proyecto:
Claudia Jimena Velásquez Meza
Consejo editorial de la antología:
Ancízar Arana Cruz, antologista
Andrés Galeano Rodríguez, jurado
Carlos Gerardo Orjuela Betancourt, jurado
Omar del Valle Astudillo, jurado
Diseño de carátula: Ancizar Arana Cruz
Corrección ortográfica y de estilo: Fires Parra Arias, con excepción del
poema "De qué hablamos cuando hablamos de reglas"
por disposición del autor.
Ilustraciones: Carol Dayana Arana Velásquez
Diagramación, edición y diseño:
Ancla Ediciones
Anclaediciones@gmail.com
Cel.: 3102590375
https://anclaediciones.wixsite.com/inicio
Queda prohibida, sin la autorización escrita de los titulares y el editor, la reproducción parcial o total de esta obra con fines económicos. Los poemas de la presente antología son propiedad y responsabilidad del autor; su publicación en la siguiente antología no limita sus derechos y responsabilidades.
Esta publicación se hace sin ánimo de lucro dentro de un proceso cultural avalado por la Secretaría de Cultura de Palmira. Queda prohibida su venta
Prólogo
Nos encontramos ante la tercera antología de poesía palmirana “Más Allá del Vuelo”, una obra con un valor importante en la literatura de nuestro país y de nuestra ciudad, la posibilidad de conocer de primera mano lo que se está escribiendo en Palmira, lo que viven y lo que sienten nuestros poetas, tratar de vislumbrar lo que hay en sus palabras, todo lo profundo y lo ancho que tal vez no fuera posible descifrar si no fuera por la poesía.
Leer esta antología podría asemejarse a destejer un cielo de agosto. Casi siempre sobran palabras para describir las coloridas cometas que surcan raudas el inverosímil cielo del octavo mes, multitud de colores, de formas, producto algunas del consumismo o de la imaginación, creadas por las manos del padre o del abuelo. Pero, ¿quién habla de todos los hilos que atan esos sueños a la tierra? Ese tejido casi imperceptible por su delgadez o la distancia, hilos necesarios para que agosto sea vuelo. Estas páginas serían, en este caso, el azul donde pende la poesía, cada palabra es un hilo, cada verso un trozo de cáñamo o cabuya, de un extremo todo un cargamento de sentimientos, de emociones sostenidas en el aire, del otro, el poeta, ese ser que busca encontrar su propia voz en el bullicio de Palmira.
Bienvenidos sean entonces a esta antología, un espacio sin tiempo en el que la poesía flota en el cielo de nuestra ciudad sin esperar nada a cambio, un lugar y una hora en la que todos podemos, sin importar de qué está hecho nuestro sueño, ser libres e ir Más Allá del Vuelo.
Ancizar Arana Cruz
Poetas seleccionados
Antonio José Hernández Montoya
María de los Ángeles Castaño Guanga
Daniel Ricardo Jiménez Bejarano
Angélica Patricia Corrales Varón
María de los Ángeles Barrios Giraldo
María Patricia González Zapata
Karen Alexandra Castaño
Es estudiante de Licenciatura en Literatura de la Universidad del Valle, Defensora de Derechos Humanos. Activista, cuentista, tallerista, escritora y poeta. Ha participado en la Feria Internacional del Libro de Cali: con poesía y su taller de Psicoliteratura. Participó en el festival internacional de cuentería Vení Contame Ve, con su adaptación del cuento El caballero de la Armadura Oxidada de Rober Fisher. Tiene publicaciones en revistas internacionales como Kametsa (Perú) y en editoriales colombianas como Mi máquina de escribir y Azul Oscuro.
El infinito como idioma
Me abro
sin nombre,
sin carne que se excuse,
sin costilla que me sostenga,
sin voz heredada.
Me arranco el deber
con las uñas rotas.
No pido permiso,
No maquillo el temblor.
Me deshago como se cae una fruta madura
hacia el humus,
hacia lo que me devora y me rehace
Llena de larvas y luciérnagas.
Soy el silencio antes del grito,
la humedad del parto,
la palabra cuando ya no queda idioma.
Me atraviesa una pena antigua
como si llorara todas las madres,
como si sangrara por todas las hijas.
Me tiemblo,
me entierro,
me escucho desde adentro,
como una concha de mar abierta
en el pecho.
Estoy aquí,
sin tapujos,
ni argumento,
ni patria.
Solo una mujer pariendo su sombra,
diciendo:
me deshago
para nacer de nuevo,
pero sin nombre,
sin piel,
sin deuda.
Metal
En un rincón del mundo,
la niña acaricia un cuchillo.
no por miedo,
no por violencia,
sino por saber.
El metal le habla
en un idioma frío,
afilado,
que corta el tiempo.
“Todo lo que brilla,
hiere,
le susurra,
pero también protege”.
Ella observa su reflejo en la hoja:
un rostro partido entre ternura y filo.
Comprende entonces
que no es débil quien sangra,
sino quien niega su herida.
Así aprende a tallar la palabra
con forma de lanza,
a afilar la ternura
como escudo de los días,
a sostener la vida
aunque tiemble el pulso.
Y mientras otros temen el corte,
ella aprende a nombrarlo:
cicatriz,
memoria,
punta,
verdad.
Mauricio Benítez
Nace en Pasto, estudió varias carreras, sin finalizarlas, en diferentes universidades del país, pero finalmente se licenció en filosofía y letras de la Universidad de Nariño. Estudiante eterno de un Máster en Escritura Creativa en la Universidad de Salamanca (España). Labora como docente en la ciudad de Palmira donde dirige la Escuela Teatral Cárdenas Centro.
Habitado por la serpiente y el jaguar.
Ha publicado.
A los siete años, lanzaba aviones de papel desde mi ventana, que planeaban sosteniendo mis fantasías.
A los quince años, lanzaba arrugados mis poemas, pesados como piedras, que nacían podridos por el odio.
A los veinticinco años, salté yo por la ventana hacia el abismo.
Aunque tenía ventana no tenía otra salida.
Hoy a los cuarenta sigo lanzándome a diario en un Diario Kamikaze,
salto al vacío batiendo mis alas esperando me salgan plumas antes de estrellarme con el suelo.
Estoy con los vencidos, no pertenezco a los héroes;
con los fracasados, los proscritos, los malditos.
No pertenezco a esa raza vestida de seda robada a los gusanos.
Lo mío es la sangre que bulle aullando en las venas.
Yo deseo errar con la maldición de Caín y el fuego de cien hornos.
Me gusta lanzar relámpagos en mis versos, escupir lava en los ojos,
demoler salvaje los cielos e inaugurar lúbricos infiernos.
Pero hoy quiero saberme vivo, hoy no quiero hablar con la muerte.
Floto
Como un tronco que cayó al río
luego de sumergirse.
Como un gran árbol que crece
en el centro de la selva.
Como un vuelo de pájaros
asustados luego del disparo.
Como un diente de león
que le ruge al viento
esperando un soplido.
Como un buitre
luego de alimentarse de la muerte.
Como un cuervo
que se lanza a sacarte los ojos.
Como el abono donde nace el bosque.
Como el polen,
Floto.
María de los Ángeles Díaz
Ciudadana de Palmira, Valle del Cauca, nacida en 1987, con fuertes raíces vallecaucanas y risaraldenses, ha cultivado su pasión por la literatura desde temprana edad, combinándola con su trabajo en el sector privado. Se dedica a dar voz a historias no contadas, lo que se refleja en su diversa obra.
Sus publicaciones incluyen apariciones en cuadernos de escritura creativa, plaquettes poéticas, y numerosos compendios de relatos y microrrelatos a nivel nacional e internacional, como VOCES Y PROSAS (2017), JUSTO CON LO PUESTO (2023), FLORES PARA LA ABUELA Y OTROS RELATOS (2024), NADA SE CREA (2024), LA CUEVA DEL TÍO PÁRAMO Y OTROS RELATOS (2024), y varias antologías en 2024 y 2025. También ha contribuido en revistas literarias digitales y participado como autora ponente en la Feria Internacional del Libro de Bogotá (2025) y como autora invitada en eventos culturales en Palmira (2025). Su trabajo más reciente incluye la antología internacional de terror TIEMBLO CON LA LUZ APAGADA (2025).
Fragmentos que sanan
A veces es necesario
desconectar un fragmento de nosotros,
para que desde el fondo emerjan
los sentimientos más sinceros,
los que no caben en palabras ni en miradas.
No duele,
pero somos incapaces de dejar caer
las lágrimas sin permiso,
atados al juicio implacable del mundo,
a la mirada que señala y condena.
¿Y qué si somos sensibles?
¿Y qué si aún guardamos humanidad?
No es pecado sentir lo que pasó,
ni permitir que el recuerdo se cuele
por las grietas abiertas del pasado.
Soy yo y mis sueños,
los que anhelan soltar el peso
de tanto lamento acumulado,
de tanto silencio que duele.
Camino despacio,
para que la ruta no olvide mis pasos,
muevo mis brazos al viento,
intentando que el tiempo se detenga,
que la balanza no me deje caer de nuevo.
A veces hay que arrancar un pedazo de uno mismo,
dejar que los fantasmas del pasado viajen,
para que el alma se cure,
para que el alma se quede,
y el corazón palpite sin prisa, sin miedo.
Se trata de intentar matar lo que duele,
para mantener vivo lo que somos.
Andrés Moreno Ramírez
Poeta, narrador y creador escénico de Palmira, teje una literatura donde lo onírico y lo cotidiano confluyen. En su blog “Autor independiente” publica poemas y reflexiones que invitan a mirar distinto. Ha publicado, Cartas Desde Otro Planeta (Feb 2022), una obra donde imagina y dialoga sobre otras posibilidades del mundo. En escena, dirige un teatro comunitario que enlaza palabra y emoción. Sus temáticas gravitan en torno al alma, la libertad interior y el vínculo vital. Su obra invita a conmoverse, despertar consciencia y renovar la forma de sentir y habitar nuestra casa grande (la Tierra).
Silencio
Zumba en los oídos
la estática del lánguido día terminado.
Una canción que no reconozco
amenaza con distorsionar
el ritmo cardiaco de los árboles.
Algunas puertas se cierran con estruendo.
La vecina no quiere dejar escapar sus pulmones,
resopla, se retuerce,
solicita discreción a su amante al momento de derramar su copa.
Hay un conato de cantos de grillos,
una esporádica plegaria canina,
pitos de autos,
ronquidos de motocicletas aúllan.
El áspero estertor de los televisores
hipnotiza.
¿Qué es el silencio
en esta ciudad de bicicletas que se oxidan
olvidadas?
Un mito,
un presagio de profetas que se pasean silbando
y se pierden en las sombras del parque,
disimulando carcajadas
porque las campanas ya no suenan.
la asunción del halcón púrpura
Sin barcos, ni cordeles,
sin el mínimo indicio de un muelle cercano,
lanzado en el inamovible rincón del sofá
empolvado,
inicia el vuelo con alas de papel.
Sin desgastar los zapatos,
sin estirar los pies,
esperando que el correo traiga
una amante inflable,
plegadiza, con inteligencia natural,
inflamada por la paradoja del plástico y la piel.
No voy a comparecer ante las sartenes
por mis culpas de carnívoro sin arrepentir,
no me quedaré esperando la corona en
el trono sin reino.
Deslizo un aparato sordo, enciendo la ventana.
Se cuela una sirena que no llega hasta la sala,
se ahoga en sus quimeras de chispas y cristales.
Los mundos fantásticos me tocan,
pero desde adentro.
Me trasforman desde la médula hasta el sol.
En los confines oscurecidos de mis
laberintos,
se van derrumbando las barracas,
aparecen flores, y no son epitafios,
crecen criaturas que no figuran
en las enciclopedias biológicas.
Se extienden poemas y cuentos
del tamaño del firmamento exorcizado.
Pedro Antonio Peña Osorio
(12 de mayo de 1995) filósofo vallecaucano, novelista y aspirante a poeta, nacido en Guadalajara de Buga, licenciado en Literatura de la Universidad del Valle. Sus escritos están marcados por la filosofía existencial, donde intenta reflejar la futilidad de la vida, la muerte, el sinsentido y la melancolía. Con 30 años de edad desempeña labores docentes en el Liceo Madre Elisa desde hace dos años y medio. Su vida ha estado marcada por la literatura, la enseñanza, la muerte, la religión y la filosofía. Fue aspirante a sacerdote, pero abandonó la motivación por discrepancias ideológicas, prestó servicio militar y en la actualidad es profesor de bachillerato.
El abismo
En el abismo de mi conciencia
encuentro a cada uno de mis demonios,
ocultos entre la densa oscuridad y que a carcajadas
se burlan de mi existir.
En el abismo de mi conciencia
me hundo con mis malignos huéspedes,
quienes se alimentan de mis flácidas entrañas,
pero disfrutan del sabor amargo de mi interior.
En el abismo de mi conciencia
sufro como Prometeo entre penurias,
con el vientre destapado y el olor a vísceras podridas,
las cuales se regeneran para el día siguiente.
En el abismo de mi conciencia
contemplo a diario el vacío interno,
donde se divierten los devoradores de mis pensamientos.
En el vacío de mi conciencia
muero desmembrado en la jornada,
siendo comida de negros heraldos
que tienen mi propio rostro.
Homo sapiens
Vomitivo animal que no razona;
un ser moderno que es rastrero e insano,
ahí está la verdad del ser humano
que en el aquí y ahora no funciona.
Fútil espectro llamado persona
que no duda en devorar una mano;
porque, es una bestia, es el ser humano
el homo sapiens que desmorona.
Es el hombre moderno y se corona
impetuoso entre la miserableza
en la que él disfruta y reacciona.
En ruinas y en dolor que no perdona
lo poco que queda de la pureza.
¡Ser humano! Animal que no razona.
Atala Grimm
Mujer, escritora aficionada a todo lo que se llame arte.
El amor principio de todo y fin de todos.
Palmirana sentipensante.
Geografía del alma
Bendita seas, tierra que respira,
vientre de fuego, raíz y neblina,
guardián del susurro antiguo
que arde en los troncos y en las piedras.
Te reconozco en el temblor de la hoja,
en el salto del venado invisible,
en la orilla del río que murmura
nombres que olvidé al nacer.
Montañas, ustedes que rozan el silencio
con la frente de los dioses,
enséñenme a permanecer
sin dejar de ser cielo.
Ríos, serpientes líquidas de luz,
llévense mi dolor hacia el mar,
que cada herida sea una ola
y cada lágrima, sal de transformación.
Valles, sagradas hendiduras del cuerpo del mundo,
abrácenme con su hondura fértil,
denme abrigo en su verdor
cuando mi alma se vuelva invierno.
Hay magia en todo lo que calla:
en la piedra que espera,
en el ave que no canta,
en la flor que abre al alba
como si nunca hubiese temido la noche.
Y yo, criatura de barro y relámpago,
recuerdo que soy forma del viento,
espíritu que danza entre ramas,
hija del relámpago que partió la sombra
para darme voz.
Templo
Soy templo
dentro del infierno.
luz que respira
de amor que no se agota, aunque el mundo olvide.
Camino suave,
con los pies en la tierra y el alma en oración.
He vuelto a mí
como quien regresa a casa después de muchas tormentas.
Hoy no busco llenar vacíos, solo compartir lo que desborda mi alma.
Y si hay amor,
que sea libre.
Y si hay cielo,
que quepa en mis manos abiertas.
Río y sed
A vos,
que fuiste río
mientras yo moría de sed.
A vos,
que tenías el cauce
pero nunca el coraje.
Te esperé sin orillas,
te soñé sin calendario.
Te amé en silencio,
como aman las piedras:
desde abajo,
con peso,
con historia.
Pero un día…
dejé de correr detrás del agua.
Y fui tierra.
Y fui raíz.
Y entendí:
el amor no se mendiga.
Se reconoce.
Se honra.
Se cuida.
Y si no…
mejor que no venga.
Antonio José Hernández Montoya
Licenciado en Literatura de la Universidad del Valle y Docente de Lengua Castellana en la Institución Educativa Monseñor José Manuel Salcedo de Palmira. Estudiante de Maestría en Escrituras Creativas y Narrativas Digitales de la Universidad Icesi. Finalista del XV Concurso Nacional de Novela y Cuento de la Cámara de Comercio de Medellín. Es autor del libro de minicuentos La muerte y otras minucias (Ediciones El Silencio y Editorial Universidad Santiago de Cali, 2022).
Para mi abuela
En la hacienda,
las palabras del abuelo
vagaron por los pasillos
durante setenta y seis años.
Con forma de gritos y disgustos,
hicieron de la abuela
un susurro.
Ahora no están,
pero ella las añora
más que a su juventud.
No puedo confesarle
que todavía quedan algunas
sembradas en mi grabadora.
Hay tiempos en los que florecen,
con los pies del niño abuelo
cubiertos por el polvo
de Mulaló.
Y crecen
para buscar el sol
donde el joven abuelo
se disfraza de soldado.
Al final caen marchitas,
como sus huesos débiles y viejos
cuando solo ansiaba jugar parqués.
No, no puedo confesárselo.
Esas palabras harían de la abuela
un silencio.
De qué hablamos cuando hablamos de reglas
toda regla
es la ausencia
de ondulaciones y de dudas
el camino sin atajos
ni piedras ni riachuelos
toda regla
es aceptar la ortodoxia
a menos
que uno las invite
al interior de nuestros libros
para que cuenten
elespacioentrelasletras
y el tamaño
de la sangría
para que aclaren por fin
si la t es más alta que la l
si la j cae más que la p
para que sean puentes
bajo los pies de las palabras
puentes que las lleven
a la eterna enciclopedia
de esas citas que nos matan
de esos versos que nos duelen
para mí
siempre Pessoa
“El corazón,
si pudiera pensar,
se pararía”
toda regla
es la medida
de las cosas y del vacío
donde se acurruca
el lenguaje
Alejandro Mera Ramírez
Nacido y criado en la ciudad de Palmira, Alejandro tuvo desde su adolescencia gusto por la escritura, con su mala letra y ortografía que lo caracterizan desde que empezó a garabatear. Estudia una licenciatura en artes escénicas, por culpa de sus maestros de la Escuela Municipal de Artes de Palmira, terminó siendo de todo menos lo que quería, estudiar psicología. Está muy feliz en el teatro, la poesía, ciencia y la política, está ahora, en el cuerpo y el gesto, la luz y la sombra, escribe por diversión sin ninguna pretensión. Su madre Luz, padre Luis, su abuela y hermanos, siempre lo han apoyado en este camino del arte, que solo espera vivir con dignidad, es lo único que quiere este hombre que se hace llamar Botezi. Dirige, actúa, escribe, gestiona y sale a montar bici los domingos que puede a las cinco de la tarde en Palmira.
Las cenizas de Sodoma y Gomorra
Es de esperar una caricia, en una noche tímida,
pero no tu canto lascivo en las llamas
que entra despavorido y temblando
a las trincheras que formé en todo Sodoma y Gomorra,
pero las borraste con tu gesto de begonia y la ceja pícara.
No tengo forma de luchar, ni de defender,
no tengo escudo, ni espada, mucho menos una lanza,
no tengo ganas de correr, no voy a escapar por la ventana,
solo me abandono en tu pecho,
respirando hondo el humo,
tosiendo de fiebre.
Detesto que veas mi hambre,
pero me llenas la copa cuando te balanceas en el aire,
por eso agradezco que tu piel sea brillante,
no hay penumbras oscuras entre nosotros capaces de borrar nuestros alaridos
Y cuando yo te miro desde lo alto,
solo está lo inexplicable de arrancarte la boca a cachitos,
procurar bajarte las caricias del vapor,
dejar mi sangre en brazos.
De las llamas de Sodoma y Gomorra solo quedan
las cenizas cuando te levantas,
te mando una invitación formal a caer juntos al terreno de Morfeo,
pero ya estás pensando en volver a tu casa.
Bestia
Escribo poesía en la casa, en secreto;
tener una foto de sus labios es un sacrilegio,
bendígame, Padre, porque he pecado…
Mi figura es una sombra tendida,
estirada por el tiempo y la lluvia de mi casa.
Huelo a violencia, a mucha saliva y mucho semen.
Estos ojos solo recuerdan en blanco y negro y labios rojos.
Mis desplazamientos son un letargo
que hablan con el más allá,
la muerte trae sus teorías sobre mi despojo,
el sagrado rostro inmaculado sobre los vitrales de las sombras,
de la bendita mujer, princesa de la milicia celestial.
Pero cae fría como paloma en un cacho de luz alcanzable,
la embarro con mis dedos y mis palabras,
reza mi nombre y me hace su santo en la oscuridad,
olvida sus dioses
se purifica con mi suciedad y carne.
Escribo poesía en la casa, con sus labios,
tengo una foto de su lengua, enmarcada.
Bendígame, Padre, porque he pecado…
He faltado al noveno mandamiento
Carlos Alberto López Maya
Nacido en Cali el 5 de agosto de 1961. Arqueólogo graduado de la Universidad Estatal de Vorónezh - Rusia.
Máster en Antropología de la misma universidad. Director del Museo Arqueológico de Palmira.
Co-productor del Programa de música colombiana, “Así canta Colombia” de Univalle Estéreo 105.3 F.M. desde hace 24 años.
El amigo y el tambor
Si tienes un amigo que toca tambor,
cuídalo, es más que un consejo, ¡cuídalo!
porque ahora ya nadie toca tambor,
más aún, ya nadie tiene un amigo,
cuídalo, entonces,
que ese amigo, guardará tu casa.
Pero… ¡ojo! no lo dejes con tu mujer,
recuerda que es tu mujer y no la de tu amigo,
si sigues este consejo
vivirás mucho tiempo.
y tendrás tu mujer
y un amigo que toca tambor.
Wipala
Somos un tapiz multicolor
donde tejemos la palabra
a través de la minga.
por eso ¡mirá ve, afro! ¡pssst, hermano indígena!, ¡oye mestizo!
todos tenemos dos pieles y dos memorias.
Una cabeza cubierta de piel que se hará polvo
y otra inmune a los mordiscos
del tiempo y de la pasión.
Una memoria que la mente mata,
brújula que acabó con el viaje,
y otra memoria, la memoria colectiva
que vivirá mientras viva
la aventura humana,
que seguirá caminando con la minga
y tejiendo esperanzas de múltiples colores.
Sara Nicol Medina Lima
Nació en La Unión, Valle del Cauca, y actualmente reside en Palmira, Colombia. Desde los 11 años escribe poesía, inicialmente inspirada por el amor que sentía hacia sus gatos. Con el tiempo, su escritura se transformó en un espacio íntimo para retratar emociones, pensamientos y vínculos, ya sea desde la nostalgia, el amor, la melancolía o la pregunta existencial.
Admiradora de Alejandra Pizarnik y Julio Cortázar, así como de novelistas como Camus y Dostoyevski, encuentra en la intensidad emocional y en lo filosófico un punto de partida para crear versos que combinan lo abstracto con lo íntimo. Su poesía también funciona como un puente afectivo: escribe para sí misma, pero también para los que ama.
Participó en el concurso de cuentos de su colegio Comfandi Palmira y es una apasionada por el arte en todas sus formas, pintura, historia, escritura. Se considera una persona profundamente creativa, sensible y soñadora, y sueña con dejar huella en el mundo a través de su arte.
Anticonceptivo para el sueño
Me ungieron los párpados
con ceniza opaca.
Dijeron
que la luz
no es para todos.
La noche parpadea,
pero no sueña.
Algo trata nacer
en mi costado,
pero se disuelve
antes de ser mencionado.
Todo lo que imagino
viene con hambre.
Siempre hay un temblor
que no se atreve
a ser latido.
Si algún día despiertas
Verás la silla intacta,
pero el gesto ido.
El reloj seguirá cayendo
como una gota sin fondo.
Habrás habitado días
que no recuerdan tu nombre,
puertas que se abrían
sin que tú pasaras.
Nadie notará tu regreso,
puesto que nunca partiste.
Viviste sin peso,
como humo
en un cuarto repleto de agujeros.
Y la voz
—esa que no usaste—
te nombrará
en un idioma
que olvidaste aprender.
Daniela González Jiménez
Soy una mujer palmirana de 23 años que se encuentra estudiando en la Universidad del Valle la carrera de Licenciatura en literatura. Mi carrera me ha impulsado a escribir desde el ser y el sentir, creyendo en el arte y la escritura como camino hacia la liberación; la Literatura transforma, enseña y nos ayuda a crecer.
Ni tierra, ni tumba, ni nombre
Una mujer me dio la vida,
pero un hombre me la quita.
Mi existencia fue interceptada,
interrumpida y terminada.
No necesitaron balas para matarme.
La muerte es un hombre que galopa,
que danza sobre mi cuerpo
lastimado y desgastado.
Mis días se volvieron cataclismos.
Fuiste un fusil que desgarró mi piel
y quemó mis entrañas.
Déjenme llorar un rato a solas,
porque ahora soy páramo:
húmedo, frío y vacío.
No le temo a Dios;
al fin y al cabo,
él no quiso ayudarme.
Le temo al hombre:
aquel que contiene mi llanto,
amordaza mi cuerpo,
doma mi ser,
venda mis ojos
y me persigue como fantasma.
De manos punzantes,
piel rasposa como lija,
labios secos como el desierto,
uñas como cuchillas.
Fui tu trofeo,
y yo ni siquiera estaba compitiendo.
Ahora habito el silencio.
Ni tierra, ni tumba, ni nombre.
Solo la herida
que nunca dejó de sangrar.
Solo la carne rota
que todavía arde.
Solo el cuerpo usado
como campo de castigo.
Y solo el dolor
que nadie quiso asumir.
Insilio
Cuando tus pasos dejaron de buscarme,
Venus lloró a mi lado
traicionada por su hijo errante.
Los árboles murieron de silencio,
los duendes regresaron al exilio
y las flores sangraron sin testigos.
Mis ojos fueron piélago,
con oleaje embravecido
sin orilla a la que volver.
Me convertí en residuo;
ni voz, ni nombre, ni consuelo,
apenas carne con memoria.
Quedé atrapada en un cuerpo
que ya no me reconoce,
y no supe cómo volver a habitarme.
María de los Ángeles Castaño Guanga
Me llamo María de los Ángeles Castaño Guanga, nací en Palmira en el año 2002 y actualmente estudio Licenciatura en Literatura en la Universidad del Valle, sede Palmira. Escribo desde lo que me duele, lo que me pesa, lo que no se puede decir de otra forma. He participado en espacios de micrófono abierto con poesía propia, así como en talleres donde la escritura se convierte en una forma de resistir. También he explorado el arte desde lo empírico, especialmente el muralismo y el dibujo, como formas de expresar lo que a veces no se puede escribir. En 2024 publiqué por primera vez en la antología de poesía de la editorial Ediciones Converso. Esta podría ser mi segunda participación en un libro colectivo, y la asumo como un intento más por dejarme escrita.
Salvación
Escribo,
porque si no escribo
me quiebro.
Porque si no escribo
me trago el grito
y se me pudre adentro.
Escribo,
porque no sé hablarlo;
porque en la voz se me enreda la culpa,
la rabia,
la vergüenza.
Escribo,
porque todo esto que soy
nadie lo ve,
y a veces yo tampoco.
Porque si lo digo, abrumo;
si lo lloro, me canso,
si me callo, reviento.
Escribo,
porque no tengo dónde ir.
Porque nadie llega a tiempo.
Porque los días se me deshacen
y no dejo rastro;
y escribiendo, al menos,
me dejo escrita.
Escribo,
porque me faltan fuerzas,
pero tengo palabras.
Porque no sé vivir,
pero sé decirlo.
Porque no sé cómo seguir,
pero sé quedarme acá
escribiendo.
Así al menos no muero del todo,
solo de a ratos,
solo en silencio,
solo en estas letras
que realizan una paradoja
de salvación.
Daniel Ricardo Jiménez Bejarano
Abogado penalista de la Universidad de Antioquia, Especialista en pedagogía contemporánea, Diplomado en acompañamiento filosófico y Magíster en Filosofía. Poeta, traductor y ensayista. Ha publicado doce libros entre poesía y ensayo. Algunos de sus títulos son: Permanencia en la melancolía (1992), Retrato con omisiones (1995), El goce concedido (1998), Íntima señora de la espina (1998), La senda inexorable (2003), Peregrinaje (2011), Salmos de la tierra oscura (2012), Cantor de un solo Señor (2013), Grietas en la Gran Muralla (2018), Cántico de Suibne (2022) disponible para descarga libre en Freeditorial, y “Grimorio compasivo” (2024). Con la editorial argentina Laia, editó a comienzos de 2025, el libro de haikús, “Cielos de caña dulce”. Tradujo la poesía del poeta congolés y ministro del medio ambiente de su país Henri Djombo, así como la obra de teatro “el Mal de la Tierra”, en el año 2014. Prepara la publicación de una antología del poeta Stan Rice.
Canción del malnacido
Te negué mil veces,
en cuartuchos anegados donde flotaban demonios sin ojos,
y las paredes rezumaban semen y plegarias de ahorcado,
mientras me devoraban omnipotentes cucarachas,
y era susurro ciego, insulto mudo:
yo te amaba.
Te eludí mientras la ciudad se desplomaba,
los edificios hundiéndose en las bocas de los niños
para que no escupieran pájaros muertos,
mentía cada hueso, todo hería menos tu sangre:
yo te amaba.
Te mentí en todos los alcoholes,
no hubo ebriedad para mis muertos,
sino sangre vieja, óleo santo, vómito de estrellas podridas,
y en cada trago, en cada náusea,
era tu tacto el que limpiaba mi boca,
era desequilibrio y vértigo, oscilación de grito y sombra:
yo te amaba.
Te prometí palacios construidos con uñas de torturado,
te regalé anillos de carne viva,
te ofrecí océanos de moscas y de peces ciegos,
y tú, tú aún, así, recogías mis palabras caídas,
mientras temblaba de intemperie:
yo te amaba.
Te olvidé en sábanas tejidas con alas de insecto,
donde vientres derrotados exhalaban ladridos y tioles,
mientras recibían mi semen como polvo de vidrio,
sólo hubo gritos y mugre, sueños de magia rota,
yo cerraba los ojos, te veía, intacta, sonriendo:
yo te amaba.
Abrí mi pecho en plazas desiertas,
ofrecí mi corazón de musgo a perros enfermos,
caminé tambaleante sobre la baba del asombro,
mis pesadillas eran sueños sin ti:
soy apenas un eco entre ciudades podridas,
los árboles me escupen y los ríos me niegan,
mi sombra me abandona por asco:
en el centro vacío de lo que queda de mí,
tu nombre arde, sucio y hermoso:
yo te amaba.
Cánticas del suicida
El haiku salta
desde la cornisa rota,
como una serpiente
que escupe su veneno en la tierra.
Tres versos secos,
uno para la piedra agrietada,
uno para el viento que aúlla
entre las montañas vacías,
uno para el eco que se pierde
en la sombra del cerro.
La elegía se disuelve
en la bañera de barro
mientras el agua hierve.
Muñeca rota,
su cuerpo abierto como una flor sin nombre,
las palabras flotan,
pero caen como pétalos
arrastrados por la lluvia ácida
que no entiende el paso del tiempo.
Un poema épico requiere planificación:
el coche cerrado,
la manguera retorciéndose
como un dragón que ha visto el fin.
Respiras monóxido
como si fuera la historia
de tu linaje olvidado,
un último canto
de sirenas sumidas
en el pozo del olvido,
donde nadie las oye.
El verso libre se traga un puñado de pastillas
como quien mastica tierra mojada,
sucia, pegajosa,
como nieve que nunca fue blanca.
No hay ritmo,
solo el tiempo que se arrastra,
con cada latido que se diluye
entre el sudor de las manos
y la visión turbia del vacío.
Un soneto aprieta el cinturón
con la precisión de un reloj que nunca funciona,
dos cuartetos de dudas quebradas,
dos tercetos de certeza podrida.
El punto final:
una lengua hinchada
colgando como epígrafe,
como una llama que se apaga
en una casa de adobe
sin ventanas al sol.
Los caligramas se dibujan con navajas
en la piel del insomne,
líneas torcidas,
incompletas,
interrumpidas por la sangre que no sabe rimar,
que nunca fue la tinta
que alzó la mano
para escribir su historia.
Hay una balada escondida
en cada salto mortal,
con un compás de huesos quebrados,
ritornello de carne desgarrada,
y el frío de la piedra
que te espera abajo.
La oda se esconde en el gatillo:
un estallido sagrado
que reverbera entre las montañas secas,
una bala que se cuela
en el cráneo roto
como si fuera un eco
de algún dios olvidado
que nunca pudo salvarnos.
Toda poética es una carta de suicida.
Todo verso una posible necrológica.
Ninguna metáfora sangra lo suficiente.
Todos los poemas hieren.
El último mata.
Angélica Patricia Corrales Varón
(Palmira, Valle del Cauca, 1995) es pedagoga, escritora, investigadora y magíster en Escritura Creativa. Ha consagrado su vida a la educación y a la literatura, convencida del poder de las palabras para sanar, resistir y transformar. Escribe desde niña para no olvidar y para reencontrarse con aquella que fue.
Dirige un semillero de escritura creativa con niños y jóvenes, y ha participado como ponente en encuentros literarios a nivel nacional e internacional. Algunos de sus poemas han sido publicados en Santa Rabia Poetry y hace parte activa de la Red de Escritoras de Caldas.
Bajo el seudónimo fragmenta, da voz a poemas que emergen entre el cuidado, la memoria y el deseo profundo de nombrar lo no dicho. Actualmente, se encuentra en proceso de publicación su obra autobiográfica Voces que se conjugan con mi niñez: una vida que no termina, una exploración íntima sobre la infancia, la identidad y las huellas que persisten en ella como niña, adolescente, mujer y madre.
La niña que fui no se ha ido
La niña que fui
me espera sentada en el borde de mis días.
No quiere crecer,
solo que no la olvide.
Guarda piedras en los bolsillos,
dibujos que nadie colgó en la pared
y preguntas que aún no sé responder.
Cuando escribo,
es ella la que me dicta en voz bajita,
con ortografía de dudas
y comas donde respira el miedo.
A veces pelea con la mamá que soy.
Me reclama cuentos,
tiempo,
un abrazo sin prisa.
Otras, me aplaude en silencio
cuando no me rindo.
Cuando vuelvo a la página
aunque esté rota.
La niña que fui
no quiere que la rescate,
solo que la escuche.
Cuando digo mamá
Cuando digo mamá,
me vienen a la boca
el olor del café
y tus pasos de madrugada.
Recuerdo tus manos,
con olor a jabón y a tiempo,
doblando la ropa
como quien dobla el cansancio
para que no pese.
Recuerdo tu voz,
afilada cuando era necesario,
dulce cuando el miedo me temblaba en los ojos.
Te vi muchas veces
guardar tus lágrimas
en la cocina,
para que no se mezclaran con la sopa,
ni con mi risa.
Aprendí a leer tus silencios,
a sostenerme en tu mirada,
a decir “todo está bien”
porque tú lo decías primero.
Y ahora soy yo,
quien lava platos
mientras repasa mentalmente la lista del mercado.
Quien se pone crema en las ojeras
esperando que el día duela menos.
Quien se recoge el cabello
con una moña vieja
para amamantar,
para escribir,
para correr detrás de un sueño.
Quien sonríe en la foto
aunque por dentro todo se nubla.
Quien se pregunta si está siendo suficiente.
Quien guarda lágrimas en la cocina
y rabias en la almohada.
Quien cura rodillas,
hace presupuestos con el alma estirada.
Quien sueña grande,
aunque el miedo muerda los tobillos.
Y entonces vuelves tú,
sin estar,
dentro de mí,
como un refugio que aprendí de memoria.
Como una canción que no olvido,
como un gesto heredado en el cuerpo.
Mamá,
no sé si alguna vez lo dije bien,
pero este poema,
y cada uno de mis días,
te deben la raíz.
Miguel Ángel Tobar Cerón
Administrador de empresas y estudiante de psicología. Amante de la poesía, encuentra en las palabras una forma de transformar emociones en arte, de sanar, comprender y conectar con los demás desde lo más humano.
Cuando el alma se refleja en el paisaje
A veces,
cuando el mundo calla y la ciudad no me sigue,
salgo al encuentro del viento
como quien busca respuestas en los ojos
de un viejo amigo,
miro los árboles
y ellos me miran de vuelta
con esa paciencia que sólo tienen
los que han perdido hojas y aun así florecen.
El río
no juzga mi torpeza,
se limita a avanzar
con su terquedad de espejo
y me devuelve
mi rostro desarmado,
mis dudas sin abrigo,
mi tristeza con zapatos de barro.
El cielo,
cuando no tiene nubes,
me recuerda a mis días más claros,
esos que duran poco,
pero alcanzan para salvarme,
y entonces entiendo
que esta tierra no es un lugar,
es un lenguaje,
que el alma susurra cuando el cuerpo se distrae,
porque a veces
ser raíz también es crecer,
ser roca también es resistir,
ser lluvia también es llorar por dentro,
y así,
con cada paseo que me regala el campo,
me reconcilio conmigo,
con lo que fui
y con lo que no supe ser,
porque la naturaleza no me juzga,
ni me exige disculpas,
ella simplemente me refleja
y me deja quedarme
un rato más,
como si supiera
que hay días
en los que no quiero volver.
A veces sin decirlo
Versos que callo por miedo a que se vuelvan eternos,
aunque en tu risa caben todos mis naufragios.
Nada me ata más que tu forma de mirar sin prometer.
Esos silencios donde cabe el mundo sin decirlo.
Sigo tu sombra como quien sigue un sueño despierto.
Al final, soy yo, siendo más cuando te pienso.
Alejandra Caicedo Orejuela
Palmira, 18 de septiembre de 2001, Valle del Cauca. Cursa décimo semestre de Licenciatura en Literatura en la Universidad del Valle - Seccional Palmira, actualmente se considera una innata escritora de poesía que construye experiencias internas hasta sensoriales en palabras, las cuales funcionan como una herramienta para expresar la existencia como una realidad sustancial marcada por vivencias, emociones, sentimientos e incertidumbre de quien vive en la actualidad.
Culmini Culmina Culmine
La catarsis que purifica desangra mis ojos en lagunas derrotadas por la fruición.
En mi anhelo epicúreo… he atravesado una senda incrustada de babilónicos terrores.
En la jovialidad de mi arte, me derramo en las letras revividas que buscan sus propios poemas.
En cuanto a mi alma, tal vez busca el ennoblecido pétalo que caiga sobre su tierna herida.
Isabella Pizarro Delgado
Lumière Noire es el seudónimo de Isabella Pizarro Delgado, joven autora nacida en Palmira en 2008. Su obra se caracteriza por una carga simbólica profunda y una sensibilidad existencial que atraviesa cada verso. Comenzó a escribir poesía hace cuatro años, viendo en el lenguaje una vía de revelación, ruptura y salvación.
Inspirada por el universo oscuro de Alejandra Pizarnik, la lucidez de Octavio Paz y la introspección de Antonio Requeni, su escritura explora el deseo, la soledad, la muerte simbólica, el cuerpo y el silencio como territorio. Su poesía se mueve entre el vértigo y el recogimiento, buscando lo sagrado en lo mínimo y lo invisible.
Isabella acaba de finalizar sus estudios de bachillerato y se prepara para iniciar una licenciatura en Literatura, apostando por una vida dedicada a la reflexión crítica y la creación artística. Bajo el seudónimo que significa “luz oscura”, encarna la paradoja de habitar entre el claroscuro, nombrando lo innombrable y resistiendo —a través del arte— la fugacidad de la existencia.
País donde las sombras madrugan
Aquí, donde la aurora se desangra antes de nacer,
donde los árboles no dan frutos, sino nombres no dichos,
y el suelo cruje con los pasos de quienes jamás regresaron,
existe un país que ha olvidado cómo se pronuncia la ternura.
Las ciudades tiemblan en sus raíces de concreto,
como si recordaran los cuerpos que ocultan bajo sus cimientos,
y los templos están vacíos no por falta de fe,
sino porque los dioses también huyeron.
Hay aves que ya no migran,
se quedan a morir en los alambres eléctricos,
como si prefirieran el suicidio a la nostalgia.
Y los niños aprenden primero a esconderse que a caminar.
Este es un país donde el silencio tiene forma de decreto,
donde los ojos se cierran no por sueño,
sino para no mirar cómo se marchita la patria en manos limpias.
Y sin embargo, algo tiembla en la garganta de la tierra,
una palabra que aún no ha sido asesinada,
un canto que se resiste al disparo,
un fuego diminuto que nadie ha logrado pisar.
En cada esquina arde un rumor que no muere,
una verdad sin tumba, sin rostro, sin bandera.
El viento arrastra los nombres como hojas secas,
pero el polvo sabe a sangre y el eco aún responde.
Hay un país secreto debajo de este,
hecho de gestos invisibles, miradas cómplices,
resistencia sin himnos, belleza sin permiso.
Y en él, la poesía no es consuelo:
es el cuchillo que corta la venda de los ojos.
Tal vez sea poesía.
O tal vez solo el eco de lo que fuimos
antes de que la sombra madrugara más que nosotros.
Territorio sin nombre
Mi cuerpo no es un templo.
Es un mapa mal dibujado por dedos que no sabían el idioma del tacto,
una tierra trazada con prisa,
con cicatrices donde deberían ir los nombres.
Aquí hubo ríos,
pero alguien les cambió el cauce con promesas.
Aquí hubo flores,
pero aprendieron a crecer entre ruinas.
Sobre mi piel se han librado guerras
que nadie escribió en los libros.
Fui territorio ocupado,
confín invisible entre el deseo y la desaparición.
Mis caderas son fronteras marcadas con cuchillos,
mi espalda es una cordillera donde se ocultan los que huyen,
y mi boca,
mi boca es una ciudad bombardeada
que aún repite el idioma del fuego.
No fui patria.
Fui campo de batalla.
Y sin embargo, cada noche,
cuando el silencio vuelve como un ejército sin rostro,
yo me reconozco en las grietas,
en los puentes rotos,
en los nombres que ya no dejo entrar.
He hecho de cada herida una señal,
de cada silencio, una advertencia:
aquí no se conquista más.
Este cuerpo no se explora,
se respeta,
o se pierde.
Silencio como casa
Hay un silencio que no nace del miedo,
sino de la hondura.
No es ausencia,
es una forma más antigua de presencia:
como el eco de un dios que ya no necesita pronunciarse
para seguir siendo.
Me habito en lo callado.
En la palabra que no dije
porque entendí que el fuego no siempre necesita encenderse.
He dejado de explicar mi ternura.
He soltado el verbo como quien suelta una herida ya curada.
El silencio no es derrota:
es arquitectura sagrada.
Es saber cuándo callar
para no matar lo que aún respira entre los pliegues del alma.
Porque hay gestos que dicen más que las sílabas,
y miradas que escriben
en un idioma sin tinta.
He sido ruidosa por miedo.
Hoy soy silencio por fe.
Porque a veces lo más feroz que puede hacerse
es no responder.
Y a veces lo más libre
es no explicar la libertad.
Danna Lorena Erazo Romo
Escritora colombiana conocida también como Lunnael. Nació el 17 de junio de 2004 y reside en Palmira, Valle del Cauca.
Ha participado en convocatorias nacionales e internacionales de escritura de relatos y cuentos cortos en los que ha logrado la publicación de dos libros antológicos mediante las editoriales ITA Editorial S.A.S de Bogotá, y Casa Editorial Mítico de Caldas. Su literatura se caracteriza por el género de terror, en cuanto a los relatos; y el surrealismo destacándose en la poesía.
Inició su formación académica en el año 2023 en el programa de Licenciatura en literatura de la Universidad del Valle, seccional Palmira.
Yo, turista; tú, ciudad
Yo me embriagué del sabor de un corazón fermentado,
del cemento viejo y casas maduras,
de tu nombre escrito en los museos nocturnos,
y de lámparas con las bombillas rotas.
Yo caminé por tu cuerpo pintado en las avenidas,
y que sentado, esperó el amanecer en la catedral,
volé con personas que vuelan con alas de paloma
y que nunca van a regresar.
Yo me enamoré de historias veteranas frente al teatro,
de poesías incompletas, de tertulias,
y de las míseras vidas del centro,
besé al amor y al asfalto de labios pisados
por huellas que no recuerdo.
Yo te escuché cantar en las ramas de un árbol seco,
te vi pintar la pared del color del vino,
del café y del olor al humo del cigarrillo.
Te conocí un festivo, alternativo,
bohemio y disyuntivo,
te olí guitarresco, somnoliento y consumido,
te sentí seductor en los callejones
y con manos palpantes a punto de irse en las estaciones.
Tú caminaste por la circunvalar de mis pechos,
fuiste transeúnte de mi acera
y yo fui viajera de tus carreteras.
Yo te esperé en las esquinas,
tú te fuiste escondiendo
en las tiendas cerradas y vacías,
tú, ciudad y yo turista,
yo efímera y tú, Palmira.
Tuya y siempre
Tu soledad le hizo el amor a mi tristeza, le quebró las caderas con la fuerza que el placebo puede penetrarle a la felicidad, y sus ojos tristes lubricaron al llanto, y el llanto se derramó sobre unos dedos que tomaron forma de la banal esperanza.
Nuestros cuerpos inertes se amaron como se ama a la mentira piadosa, con un placer que hablaba con la lengua adormecida que no supo pedirle que se vaya a quién nunca estuvo en completa felicidad.
María de los Ángeles Barrios Giraldo
Cali, Valle del Cauca, 2004. Más conocida como Mangata Selenofóbica, es un intento de poeta suicidal y social, un eco de la catástrofe mental convertida en verso, que escribe y lee desde muy pequeña. Ha ganado varios concursos, incluido uno de poesía científica en el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA), y ha sido publicada en antologías y revistas. Estudia Licenciatura en Literatura en la Universidad del Valle, seccional Palmira; se ha formado en diversos talleres de poesía, y ha sido profesora de literatura infantil, tallerista y correctora de ortografía y redacción. Dice que escribe por su propia sobrevivencia.
Bibliocidio
Funeral de un libro,
el llanto muerto de la tinta
al no soportar su nueva piel:
velorio de sus páginas,
panteón de sus letras
y sus hijas huérfanas:
las palabras-niñas, infantes.
Sería un egoísmo literario
no abandonarte
a otras manos cultivadoras
recién nacidas
que sí necesitan de tu voz
y no de mis manos
recién muertas.
Estoy
demasiado muerta
para leerte.
Marcela Ospina Salamanca
(Palmira, 1995) es comunicadora social, fotógrafa y escritora aficionada. Su obra artística explora los paisajes de las tierras que camina y refleja en ella una mirada íntima de observadora del mundo. Actualmente, combina su camino creativo con procesos comunitarios que dialogan con la memoria, la cultura y el entorno.
No me gusta el frío
No me gusta el frío,
me achata,
me encapsula,
me adormece,
no me gusta el frío
ni la lluvia,
ni el viento seco,
ni la alergia,
pero
sí me gusta
cuando la niebla baja al
lago
y la arropa como un
manto,
cuando de mi boca sale
un humo en cuanto
suspiro,
cuando los pueblos son
azules
y la vegetación juega al
contraste
sólo así,
sí,
me gusta el frío.
Adriana Isabela Estrada Cerón
Nacida en Popayán y, desde hace tres años y medio residente de la Villa de las Palmas. Es Licenciada en Literatura por la Universidad del Valle, sede Palmira. Su pasión por la lectura y la escritura creativa la ha llevado a participar en la antología 32 Labios y 12 Poemas de Carne, editada por La Silla Renca. Además, su cuento El tiempo de la muerte fue publicado en la revista Metáforas al aire de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM). Explora la poesía como una forma de expresión sensible y se interesa por el cuento que aborda las memorias del conflicto armado colombiano.
Esta cárcel
Esta cárcel de carne,
de brazos como alas que se extienden por un cielo púrpura
y que esperan abarcar la vida misma,
aquella que yace diminuta en un leve suspiro.
Esta cárcel de miedo abarca generosa las palabras,
y las guarda bajo su sombra,
enmudeciendo el tic tac del tiempo que transcurre.
No hay hecho para ser nombrado.
Los barrotes nacen de mi pecho,
y su membrana es infranqueable.
Sólo gotas de silencio,
como un puente entre dos mundos.
Afuera, una oscuridad se extiende desde mis ojos de cuervo.
Todo lo puebla,
todo lo besa.
Mis pasos de animal salvaje se quiebran
en el golpeteo grisáceo de la lluvia sobre el viento.
Mi cabeza se abalanza,
y se quiebra en esta celda de músculo fino,
tan impenetrable siempre.
Esta cárcel cotidiana.
Esta cárcel de piel oscura.
Esta cárcel de llanto de fantasma,
de cementerio urbano,
de mirada nebulosa,
de clase de medio día.
Esta cárcel voluptuosa,
innombrable.
Esta cárcel todos los días.
María Patricia González Zapata
Nacida en Palmira, tengo 38 años de edad.
Soy Estilista y Maquilladora, apasionada por crear, leer y escribir. Tengo un hijo de 13 años.
Me considero una persona tranquila que se reconoce en la quietud y la contemplación. Las letras, mi refugio y una forma de compartir mi mundo. Sueño con que mis escritos viajen lejos y lleguen a muchas personas.
Inquilino
Irrumpió
como los presagios
que no tocan la puerta.
Lo confiné
al sótano del ánima,
entre herrumbre y eco,
donde habita
la voz no dicha.
Me calcé la armadura vencida,
dibuje júbilo
con ceniza en el rostro,
mientras él,
silente usurpador,
arañaba con manos de escarcha
la médula del pecho.
No vino a herirme,
vino a detener el mundo
hasta que mi ruina
se volviera lenguaje.
Instinto
Entonces invoque al instinto:
ese lenguaje sin palabras,
esa criatura interna que no se deja morir del todo,
la que conoce el hambre, el refugio, la fuga,
la que respira debajo del colapso.
No fue el amor.
No fue la fe.
Ni la voluntad.
Era algo más animal,
más terroso.
Una pulsión sin nombre
que se aferraba al hueso.
No decía “quiero vivir”.
Decía: “no sé morir todavía”.
Era mi sombra empujando,
era un temblor subcutáneo,
un aullido mudo que reptaba por mis órganos
buscando grietas, luz, agua, alimento.
Mi instinto, mi parte más salvaje, más proscrita,
siguió latiendo incluso cuando yo no.
y tal vez por eso, es que hoy estoy aquí,
tibia, reptando en silencio
como raíz bajo la ruina.
