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ANDRÉS ÁLVAREZ ARBOLEDA




(El Carmen de Viboral, Colombia, 1991). Autor de poemas, ensayos y otros textos literarios. Abogado de la Universidad EAFIT. Magíster en Literatura de la Universidad de Antioquia. Profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad EAFIT. Cofundador, editor y autor permanente de la revista Opinión a la Plaza. Textos suyos, de distintos géneros, han sido publicados en medios nacionales y extranjeros como Ecos: 15 poetas antioqueños (antología), Paisaje inacabado (antología de poesía colombiana), La flor en que amaneces (antología de poesía hispanoamericana), Revista Prometeo, El Espectador, La Silla Vacía, Liberoamérica, La Poesía Alcanza para Todos, Periódico del Festival Internacional de Teatro de Manizales, entre otros. Ha participado en distintos eventos y festivales de poesía; entre ellos, el Festival Internacional de Poesía de Medellín.




DUERMEVELA O BREGAS DE LA VIGILIA

Toda la noche nos tasó mal la balanza del cielo y amanecimos pobres de cuerpo y de palabra como dos soles lánguidos ahora una y otra y otra mano penden pesadas sobre el centro ¿de qué cuerpo van para qué cuerpo? en la alcoba sin tregua desfilan por la orilla húmeda estas manos húmedas y pulidas en la rueda del azar

¿qué noche? toda esta noche nos tasó mal la balanza del cielo y amanecimos con el cuerpo ajeno y la palabra mascullada duerme cierra los ojos y duerme un sol lánguido meterá por la ventana sus rayos y palidecerá nuestro cuadro amatorio sin cielo y sin balanza del cielo mañana seremos el diálogo duermes ¿todavía? el poema de la piedra lanzada hacia atrás y la inmortalidad de la alcoba que no necesita del cielo toda la noche todas las noches nos tasó mal la balanza del cielo por las fracturas de la devoción se filtra el peso de la palabra como un líquido amargo ¿y mañana? seremos el diálogo pobre de cuerpo y de palabra ahora una y otra y otra mano penden pesadas sobre el centro entre la divinidad y el fango.




COMO UNA PÁJARA ARISCA


Sobre mi sombra la sombra tuya es como una pájara arisca que erosiona el árbol para poner su nido y abandona el nido y yo guardo la tristeza pausada del árbol al que se le ahueca el tronco que es sombra que enfría pero que no se toca no se agarra no se arranca como una pájara arisca en su vuelo de ángulos profundos–silenciosos se mueren los árboles de tener el duramen carcomido donde al final no hubo nido donde se pudrieron estériles nidos tejidos de luz de malva– pero la robustez erguida de los árboles no la tengo no está en mi alma no la encuentro en mi palabra Sobre mi sombra la sombra tuya es como una pájara arisca y yo insistentemente guardo la tristeza pausada del árbol al que se le ahueca el tronco.




ESE OLOR DE ÁRBOLES MUERTOS


Ese olor de árboles muertos

vino con la medianoche:

eras tú y el anuncio de tu estancia

en este lado del río.

Eras tú y la noticia de la guerra

navegando un camposanto turbio

y sin flores.

Otros cuerpos llegaron a la ramada

y todos se quedaron sin nombre.

Decíamos,

hombre de treinta y cuatro años

–cuatro balas en el abdomen–

saluda el sol con las manos.

Decíamos,

una mano, sola la mano

aguarda un dueño en esa piedra.

Rigor mortis:

río Magdalena.

Ese olor de árboles muertos

vino con la medianoche:

eras tú y la caída de tu infancia

pidiéndonos flores.

Pero aquí tampoco hay flores.



GUERRA


Alguien hablaría de la casa vacía

o del alero inclinado

al paso rasante de las bombas,

pero unos tienen los ojos llenos de tierra,

otros tienen la boca seca

por acunar camadas de polvo,

y nadie sabe la lengua extranjera.

Alguien contaría la noticia

del país deshecho

para recibir los dones de la hospitalidad,

si el anfitrión no fuera su verdugo.

Alguien diría algo más

pero sus palabras serían las palabras

de una boca muerta.



EN LA HABITACIÓN VECINA


Oigo cómo, en la habitación vecina, se pone unos atavíos fúnebres cuando cae sobre sus hombros, el chal suena como el vuelo de un ave demasiado pesada para ese vuelo Qué podría decirle yo, ahora, con palabras igualmente fúnebres que no es a mí, por cierto, al que la muerte se le viene metiendo por la boca Qué otra cosa que desde que se convirtió en fantasma me interrumpe los sueños Pero aunque le dijera de la muerte y de los sueños nada podría escuchar, porque no quiere aunque le dijera del cuerpo que me arrebató un día de su juventud, y que aún me dejó la herida, nada podría escuchar En la habitación vecina se quita y se pone esos atavíos cada noche Una noche ya no la voy a escuchar.


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