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ARTURO VOLANTINES



Nació en el barrio Borgoño (Copiapó, 14 de febrero de 1955 (Atacama, Chile). Poeta; Investigador del patrimonio cultural de Atacama y Coquimbo, editor y gestor cultural. Creador del Premio Lagar, congresos de escritores y eventos patrimoniales. Presidente de la Sociedad de Creación y Acciones Literarias (SALC). Ha creado revistas literarias y diversas intuiciones culturales, como Instituto el Instituto Fernando Binvignat, Taller Lapislázuli, Poetas de Guayacán y presidente fundador SECH. Región de Coquimbo. Dirige la librería Macondo en La Recova de La Serena. Ha obtenido una docena de premios en concursos nacionales, para poesía inédita. Y diversos reconocimientos; entre ellos: “Broche Institucional Casa Histórica de la Independencia Argentina, Tucumán – Argentina por la Universidad de Tucumán; "Medalla Ciudad de La Serena” por la Ilustre Municipalidad de La Serena. Estudió química en la UTE de Antofagasta. Trabaja un proyecto literario de largo aliento llamado: La Nación Atacameña. Ha publicado tres libros de poesía; seis de recopilaciones antológicas; co-autor varias obras patrimoniales y una treintena como editor. Incluido en diversas antologías nacionales de poesía. Ha realizado lecturas en América y Europa. Ha sido traducido a varios idiomas. Entre ellos: inglés, francés, árabe.



Pachamama


“... este canto me parece heredado de los indígenas, porque lo he oído en una fiesta de los indios de Copiapó en celebración de la Candelaria, y como canto religioso debe ser antiguo, y los indios chilenos no lo han de haber adoptado de los españoles argentinos. La vidalita es el metro popular en que se cantan los asuntos del día, las canciones guerreras; el gaucho compone el verso que canta y lo populariza por la asociación que su canto exige...”.


Domingo Faustino Sarmiento




sema(1)



Ella es fea. Nunca ha entrado a una peluquería.

Le basta una cinta para sujetar el pelo.

Le basta para que sonría una mirada.

Llega cansada del potrero. Usa alpargatas.

Me invita a un mediodía de legumbres.

La dejo con un beso acodada en la ventana:

a lo lejos levanta su mano áspera y pura.

Me voy recordando lo ancho de su lenguaje,

cuando habla de la generosidad de la tierra.

Reprocha algo de ternura para su hijo muerto.




Lo que la tierra

echa a volar en pájaros

4.-



Tican tamsi cielo stansi santificado chema izcu charcer chema alu acs koytans levardice. Señor volunta tansiac koytansy cielo sacuna ctanta acsa viñayapun acsacanálo anjapia acperdona as deuma chancosinys acperdona acsetunas andejacháculo colcoma en tentación aca líbrame Señor hualchas unic, amén.


Padre Nuestro,

Lengua Cunza;

Sacerdote Anónimo.


Los montes de Copiapó

son los rebaños pastando

entre el cielo y la memoria.


Las casas hincadas

en la oración matutina

son interrumpidas por la María

Galleta saliendo de la taberna: encendida

y trasnochada en ojos de los asnos.

Las nubes flotan y resuenan dolorosas

en el alambre de púas tendido en los patios.


Todavía viene el tren de Caldera

con su traje de jote ceremonioso:

cortando el sembradío y la siesta,

y arriba como animal cansado

a la memoria. De esa Estación, sale

un niño que espera a su madre:


tierna pasa, desciende

con las manos gastadas,

como arado de madera:

organiza la mesa, lava el rostro

a los pepinos dormidos sobre el hambre.


Amanece mugiendo en Copiapó:

los montes vuelven a rebuznar

entre la leche vinagre de las nubes

y las flautas de los promeseros más viejos.




Lo que la tierra

echa a volar en pájaros

6.-



Oí.

Oí-oí.

Oí-oí-oí.

¡Oigo!

Ése amarillea

pastando, mugiendo, enlunado girando

con la piel aguada de las nubes.


Oigo

a ésas: girasolas viudas

amamantando totorales

en la tierra: en caverna del sol.


Oigo

girasoles mustios y devotos,

ensillados en medio de los arenales,

en naranjados como bala devorando al viento;

obreros de las minas, quietos en el desgarro de la muerte

cuando el comandante Popolgallo pasa en su zaino constitucionalista,

cuando el comandante Popolgallo pasa como ciclón por un pequeño y

[amado pueblo,

cuando el comandante Popolgallo pasa tantos años después por la esfera

[astronómica de un niño.


Oigo. Oigo. Oigo.

Me llama en cabalgada la tierra,

como la casa del cielo a los pájaros carpinteros.




Lo que la tierra

echa a volar en pájaros

9.-


Todo Copiapó en la mazorca:

sol en el vientre, sol cúprico

en la 1 con hambre y lontananza,

sol en la mesa con mis hermanos

esperando a los augurios del jote, sol

en la 2 sin más remedio que el espanto.

Por allí apareció la nube,

como la isla en el cielo.

Y en ella me fui a una niebla

que me dio potreros de zorzales.

Volteado me quedé debajo de la 3,

adentro de su vasija funeraria de greda,

y ya no llovió sol sino agua de cardos.

Y volví a ser cactáceo copiapoa

sobre la piedra del mundo.




Lo que la tierra

echa a volar en pájaros

14.-


Mi taita

reúne a su tropa.

Y cuenta las monedas

para conseguir la alfalfa.

Los hijos, en torno a la mesa,

le contamos, en silencio,

las lágrimas del cielo

c

a

y

e

n

do

sobre

los platos.





Lo que la tierra

echa a volar en pájaros

15.-



Me refugio en tu monte,

como niño huérfano frente a los astros,

o aquel de La Edad de la Ira de Guayasamín.

Y cuando el sol relincha arriba de los cogollos,

aleteo como el Cristo de Elqui en sábanas de tu pubis

y leo boleros que dejan los tordos en hojas del bosque.

Me dice la Mistral: “la cordillera no necesita sombrero”.

Me envuelvo en tus faldeos: enhebro mi osamenta en ti;

no así el Reichstag sino un satélite en la casa de Asterión,

sino una lavandera inclinada en el overol tiznado de la nube.

Y cuando Copiapó resuella mansamente me baño en tu ombligo,

así el alba al día o la fruta al árbol o la boca a tus olas oscuras.

Desde el acordeón del viento inflamo carbones de tus pezones

y me sitúo como cordero magallánico en nylon de las pampas.

Siéntate, le dije, Llano triste: tus nietos están sepultando

a la revolución cartesiana: “Adiós a la bandera roja”.

Del cielo me veo: soy una sola cordillera contigo,

con tus tesoros donde cantan nuestros dientes,

como el sábado de campanas en la catedral

de la Candelaria. Y vuelvo a tu set fílmico

así un trompo ronroneando en álbum sepia,

así Andrómeda adueñada del flash nocturno.

Y cuando el chonchón se duerma en tu piel;

trasquilado por la araña de Doña Bárbara,

me vuelvo greda en tu regazo: me hago

vasija en tu vientre; pulpa y palomo.

Me crecen raíces y salgo al aire

desde tu cuerpo: de esa luz

alimentamos al mundo.



Lo que la tierra

echa a volar en pájaros

17/ Benito Tapia.-



Buscamos tus vértebras/banalmente

en el huerto de los “héroes y tumbas”,

porque no fueron magnolias lo que voló

ese septiembre,

sino sangre/huesos y carne/sangre/desgarros

y duelo/sangre.


De ti, de ti, de ti, de ti, de ti, de ti sólo

nos quedó un ramo de días en el pecho.


¿Cuántos ángeles tiene tu pena?

¿Cuántos buitres tiene nuestro olvido?

¿Cuántas lenguas tiene vuestra memoria?


También se nos vio en ti:

pepino, aguatero del Limarí

cúprico-algarrobo del El Salvador:

charco-sanguíneo donde llueve la Viuda,

cuesco de chañar en el charco alojado del desierto,

de Atacama charco adentro del cerebro de las viejas

leyendas.


No hallaron tus huesitos,

para desaparecerte nuevamente,

para acunarte en el cadáver de la mar,

como alma gobernada por una estrella.


¡Encuéntranos, tú, hermano;

cuando en el hueso de la memoria

madurando se abra el viento!


Pero, tú, ya cántaro

en la lengua del pájaro,

como la leche cocida hostea

en los patios al Chonchón;

soplas, ay, sí,

soplplas ay, sí,

soplplplas ay, sí,

desde que te trajeron a la eternidad ese 11:

del chucho en los dientes y del tableteo en las fosas.


Muévenos, más que cañas en el estero;

¡muévenos! para que en todas tus muertes

- viejas y recientes -, nuevamente se levante la vida.






Lo que la tierra

echa a volar en pájaros

42/Arte poética.-



Cómo quieres,

cómo quieres,

cómo quieres que en ti vuelva,

si cuando desnudaste la cama

sólo encontré tu cadáver.






Lo que la tierra

echa a volar en pájaros

49/ Terra Australis Incógnita.-



Atravesando

el “mar tenebroso”,

el Señor Almirante,

Cristóforo Colombo,

se posó en mi amada

y nos “I’elargisseur du monde”.


Nuestro Dios:

se volvió apenas el sol.


En ese pueblo

de indios austros,

nos enteramos del novus horizonte,

así el helicóptero

en “Los zarpazos del Puma”.


Este jote

siempre regresa

donde fue dichoso.





Sobre Eros y tumbas

28/ La p(r)o(f)esía del Padre Negro


Hay que construir un poco de infinito para los hombres

Vicente Huidobro


Díganme vientos, revolcados difuntos

en la niebla de Chañarcillo; perseguidores,

díganme: —cabrón del fondo del lago. Pero, bramo

así truenos chocando cuando anuncian lluvias y cometas.

El volcán que usted puede escuchar bramar en Copiapó,

es mi amor por Atakama rasgado hasta los omóplatos,

porque soy penadura abrazándote en panteones:

en cientos de años del lenguar de los petroglifos

oxidados de la pampa. Los alaariiiiiidos del viento

no son ni las pircas sino huesos de los lagartáceos

que murieron bailando: empolvados = en Gomorra.

Mi madre —momificada e inmortal— yace: arenosa,

árida, arácnida, con el sol de sus senos al aire:

ocarinas agrietadas sin su lácteo río de plata.


No fue arqueada en La Serena mi osamenta,

ni se escuchó más al Alicanto en espinos,

ni lo hicieron vivir ancianos en relatos;

porque yo, el tátara de estos Godoy, me suicidé

en minas inundadas por la maldición. Cuando

la madre Candelaria pasó en romería por el caserío;

en vez de oír voces gloriosas de esqueletos y arengas

de los monumentos, escuchó cumbias, guarachas

y rock: lagartos enfiestados en la Chupilca del Diablo.



Copiapó empezó a tiritar, a emputecerse,

a templar, a trizarse = a sandía madurando

—bramido tras bramido así animal herido—;

a desbordarse su río chúcaro y subterráneo,

que usted podía escuchar cuando los buitres

se dormían en copas endulzadas del sol.


Copiapó empezó a ahogarse: esquizofrénico,

en sus corvos dormido, en sus vísceras talado

tal el fin del mundo en el estómago del diablo.

Y después de sucesivos terremotos y cascadas

de ácidos; y, cuando sus cerritos me abrazaban

llorando para morir, loco de sed, me lancé al lago

de plata que subterráneo rema debajo de Chañarcillo.

Me hicieron monumento en plazuela de Copiapó

para que me llueva mierda de peatones y palomas.


Cuando La Llorona desaparezca

= a marea crujiente entre las montañas

infinitas de dunas, y la catástrofe solo deje

óseos pastando en imaginación de las piedras,

y la inundación de la salmuera

haga de la borra caracolas marinas;

Copiapó nunca más será amenazado por El Bramador,

ni será tumba de héroes ni piedra de manicomio,

sino apacheta donde anide el amor de Dios.


Cuando todo se haya desplomado

y el cementerio sea orquesta de huesos,

la cruz del Padre Negro = a faro en naufragio

será hueso de zampoña; oración de pájaros al atardecer;

señal del infierno donde antes la Ciudad de los Césares

fue mi amada, la consentida cuculí del desierto.



Tras de miles de bramidos, de garrapatas en la célula,

al fin veremos en ojo terracota del mundo: el amanecer.

Mi Dios volverá a relinchar desde el infinito de huesos

trastornados: nos amasaremos con humus de Copiapó;

¡seremos colibrí!, el desierto recién sembrado;

el brotado sarmiento de Atakama.


Se transformarán las osamentas

laceradas de horror en Tololopampa:

serán hotelitos de huérfanos, humillados

y esquizoides. Va a aparecer Tololopampa.

El lago de plata se empezará a desbordar

por truenos: ¡leños del fuego de Dios!

Las ubres del lago se volverán locas,

y romperán la montaña nuevamente,

y fluirá leche sobre la superficie

e inundará las cadenas de cerros estériles.

Va a aparecer Tololopampa. Volverán, ay

sí, las madres asesinadas por los maridos,

¡y les oiremos cantar al amanecer! Va a

aparecer Tololopampa. Lo dice la T.V.:


Veremos en la pantalla del cielo

la ascensión de La Virgen Inmaculada

también ascenderá la cabrona, María Galleta;

y Rosalía con Efigenia y Lucila con Soledad:

Empelotadas irán estas vírgenes voladas

por el aliento flamante del desierto recién florecido

desde lóbulos hasta el pubis, y en ese espejo

veremos a las Señoritas de Avignon.

Los aparecidos serán como el lago Titikaka:

aguas bailando con el cielo.


Los promeseros volverán con sus herramientas,

sus bonetezules, sus culeros y sus flautas de cañas.

Y fundarán este mundo descendiente de Tiwanaku:

Donde las estrellas serán rondas de edificios estelares,

los animales serán asentidos por su alma y lenguaje

y el tiempo y los relojes serán juguetes

de anticuarios; donde se abrazarán

los vivos y los muertos,

—aleluya: el cielo flameante

de atacamitas voladoras—;

donde será posible ir al Tambo Atacameño

y encontrarse con Luis Emiliorostroalbo,

—aleluya: el cielo encumbrado

de atacamitas voladoras—;

donde será posible ir a la Pampilla de Coquimbo

y encontrarse con Salvadorostroalbo,

—aleluya: el cielo florecido

de atacamitas voladoras—;

donde las madres y sus hijos detenid(os)esaparecidos

se reencontrarán en la Fiesta de La Candelaria:

…aleluya, atacameños voladores, volando;

aleluya, atacameños con alas, volados,

tomados de las manos en el alto, volando

así bandada de metalgallos.


Y desde el sarcófago de Copiapó,

el comandante Popolgallo y promeseros de Atacama

—acompañados por el cuerno de la fortuna

y La Candelaria y los Cerros bramadores—

izarán nuevamente la Nación:

Irisvisores de su pampa luzazul

y de la estrella de oro ondeando

en el centro de su catarata,

donde Dios desenrolló el desierto.

La Viuda nocturna; mi puta

deconchaperla más volada,

con sus desnudadas nubes de agua

dulcísima al aire, volverá a guiar a Eugéne Delacroix,

para que nuevamente nos veamos más allá de la utopía,

y el desierto de Atakama sea la obra de arte.



los irisvisores podrán ver:

Metalgallos y atacamitas

tan asidos de las manos

en el jardín del desierto florido

cuando del cielo, en el carnavalito,

desensille la Gran Diablaputamadre, escoltada

por tropas de promeseros caporales y orquesta

del cometa con cola sintiempo de cacharpayas

y supernovas cantando al unísono La Igualitaria:

“…Naciste, patria amada,/

gritando Libertad!/ Por ti morir

sabremos/ o triunfa la Igualdad!...”


En este amanecer que no se pondrá ropa

y en esa luzazul envueltos de la bandera

de los trajes ofrendantes, los promeseros

volados en espuma de la chaya entraremos

enfiestados al carnavalito de Tololopampa;

con bronces y quenas, tomados de las manos;

zampoñas y matracas, todos bailando la kueca:

vidalitacopiapoa ay sí, volando,¡vueltavidalita!;

empelotados y tomados de las manos, ay volando

los muertos y moribundos: ¡Conchasdesumadre!,

ay sí, ay sí; seremos bailanta del cielo alumbrado.


Ahorita Dios podrá crear sin guardaespaldas.






6/ El Alicanto

de la iglesia de San Francisco



“La página en blanco

es un oído que aguarda.”

Roberto Juarroz



Mi lengua: Atakama

entra a lo célico por tu oído

y desde tu voz se desplaza, va

por vitrales inmaculados de luz

en ligas y encajes. ¡Ay!, penetra a sábanas

de tus salmos maduros de abrirse. Flotamos.

Frotamos enroscados por los aires de Chopin

ascendidos no en el teclado de serafines del templo

sino en fósforo de dos cuerpos, en un címbalo a flotar, a ser

el campo que vemos; a volar de espermios de lúcumos: en volar

a volver en palomitay de Atakama: Hogar de plumas atornillas

al cielo. Todas las ánimas quieren ser el Alicanto; alcanzar

el zumo del clítoris: copularse, y echar a bailar

a las campanas del mundo; y oler —yo, el Padre

Negro— desde la soñolencia del sermón

a las flores de Atakama, ¡eufóricas

y tan satisfechas con Dios

en la misa del amanecer!




12/ Mi Adelita

no se fue con otro


Después/cito de esos años

en noria del ‘80 —cuando el postigo

era el cadáver y no el miedo—

nos volvimos a ver en reunión

clandestina con Adelita.

Abrió

alas para rebobinarnos.

Tanto,

que se le salió volando el cuerpo.


Desde los cartelitos

de los detenid(os)esaparecidos

todavía su ternura nos abrasa.



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