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EDUARDO CERECEDO




Veracruz. México, 1962. Es Lic. En Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM, donde realizó la Maestría en Letras: Literatura Mexicana. Sus poemas y notas críticas, se han publicado en los Suplementos Culturales de los diarios más importantes del país. Así como Alhucema, (España), La Casa Grande (Colombia), Maestra vida, en (Lima, Perú). Poeta, narrador, y crítico literario. Ha publicado 24 cuatro libros entre poesía cuento y novela, siendo los más reciente: Soplo de ceniza, (Poesía) Departamento de Literatura, textos de difusión cultural, UNAM, 2019 y Las monedas de Judas, Novela, Eterno Femenino Ediciones, 2020. Ganó El Premio Nacional de Poesía Crea 1988, Ganó el Premio Juegos Florales Nacionales San Juan del Río Querétaro 1999. El Premio Internacional de Poesía “Bernardo Ruiz” 2010 Estado de México, El Premio Nacional de Poesía Alí Chumacero Toluca, 2011 y El Premio Nacional de Poesía “Lázara Meldiú” 2012, Veracruz. En 2015 fue incluido en Poetas del Siglo XXI, Antología de Poesía Mundial, en España, por Miguel Sabido Sánchez. Así como en la Antología de Poesía Hispanoamericana, en Círculo de Poesía, 2014. Actualmente es colaborador de La Jiribilla Supl. Cultural de El Gráfico de Xalapa, con su columna Página nómada.


LA NOCHE*


I


La noche crece, por momentos

es música y se alterna con el polvo del tepetate.

Oscuro temblor que cae, al treno de violines.

Aquí es blanda.

El vuelo se abre como la lluvia primeriza de neblina;

soy ese temblor caído en cieno. La luna levanta esa forma

de lumbre en tallos del tiempo. Corre un ligero dolor por

la brizna de la montaña que la noche eleva sobre un verdor

venido a menos. Es noche y alguien bebe sus pasos. La veladora

rebasa el nivel de la sombra reclinada hace un momento en mi

oración.


Quien ora canta dos veces,

el silencio encierra la bondad; polvo

en que finca la noche su lejanía de trigos,

tibieza del pan, pescado en la boca.

Por eso la noche suena, es surtidor, calosfríos bajo la lengua,

con ese ritmo blande aún más la piel de gallina en que la música

semeja al puerto, donde habría de guarecer por instantes la noche.

Aquí su nacimiento.


II


Seguir la noche, no es querer alcanzarla, sino pedirla,

sentir la corriente, su envoltura. Abrazarla.

Petrificarse en la

sustancia próxima del limbo, para después comenzar, la oración

hace sentir de nuevo al que pide.

Ya los consolados sufren el próximo presente, de allí la doble

reticencia de buscar.

Yo busco en las sombras el brillo, la fuerza empuñada por David

sobre la piedra certera en el blanco; pero mi mano continúa

con el temblor de la honda.

La imagen de la tierra se hace viva en mis ojos.

Pero

la noche avanza, un océano de espejos recobra del estero

su viaje.

Entre riberas de caudales asienta el tono, que le corresponde

como dadora de cantos.

Para abrir la noche una mujer con las piernas abiertas, sobre

sus muslos la música de violines afelpa la ternura del instante,

la ventana tiene una cauda de remansos, la luna convida

a la voz,

lanza del follaje nocturno una prenda justa

seguir

la noche. Afirmo, esta solvencia es pura voluntad que me viene

de la siguiente manera. La noche. Pedirla.


III


Es de noche, la boca me sabe como a flores, sólo con pensar

en recordarte, dice Rubén Bonifaz Nuño. Ese sabor viene, parte

de luna,

del resquicio al corazón, es una trampa de acamayas

sujeta a la entrega.

Golpea la noche con su aroma mi sangre,

en ella canta un caracol a la lluvia, es marzo.



IV


Avanza el caudal, ahora viento, oscuro martilleo, la luna

hiere a la noche en su dominio.

Su peso corre bajo


las campanas de la Epifanía.

El origen de algo

es la fuente de su ausencia. Aquí y ahora, dos caudas

para el nacimiento. Primer aleteo sobre la bóveda donde el caos

alaba en viento nuevo la voz que los separa para la encomienda

de los frutos sobre su propia frente. Cada cual forma su propio

reino bajo el peso de la palabra; tablas de polvo, el rayo

descansa en los umbrales del ocaso, en las espadas del siete,

comodín de otros triángulos del mismo filo.

Orden, lo azul

de aquí en adelante forma el cielo. Vivir el cielo

pedir el cielo.

Que su comunión sea la noche, leerlo.

El cúmulo de estrellas moja la lengua del nombre, no obstante

blande en sonidos, el silencio le da origen.

Traigo un espejo en el bolsillo, para saber mirarlo,

de frente

de reojo

con el anuncio de la lluvia sobre la lejanía de los cerros.

Son las estrellas aguajes, tienen su remanso en la noche;

bebedero. La fuente de su ausencia.



V


Lo aquí

escrito

avanza


en buenos oficios para establecer la mirada, labra un martes

o un jueves y hace llegar al sábado descalzo. Con un laurel

en las manos, afirma su procedencia el destino.

Constancia, fijeza de la forma en que alcanza la materia

su homenaje.

Seguramente existías sin complicaciones.

Pero

desde aquí la piedra aventaja al agua color de río.

Un temblor estremece a cada lluvia. Pronuncia de esta manera

lo que de origen les pertenece.

Aquí el movimiento de la noche. Allegro non molto.


*Poema “La Noche”, de Soplo de ceniza, editado por el departamento de Literatura, UNAM, 2019.


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