top of page
Foto del escritoranclaediciones

Walter Belalcázar



Nací una tarde cualquiera de junio en la paz y la alcahuetería de la casa de los abuelos, casa de bareque, techo de barro co­cido y corredores de eterna rochela.

La quebrada de agua, de canto y vida, el aroma de la huer­ta, el jardín y los siempre florecidos cafetales le tejieron alas y sentidos… alas que más que escribir, me permiten hoy, el mismo niño de 50 años atrás, volar por los continentes de mi cuaderno, gracias a dios me dejaron ser niño y crecer libre cuando no jugaba a la lleva con el viento desbocado, a caballo o sentado horas enteras escuchando los cuentos del abuelo, influencia que me permite hoy sostener que la poesía es un cuento recitado.

Odio los zapatos y las injusticias, los niños son mi eterno com­promiso, publico a diario en la calle, en la tienda, en el corrido, en el bar y por favor déjenme soñar que aún estoy despierto

EL HOMBRE QUE AMA A SU PUEBLO

El hombre que a ama su pueblo carga semillas de la cuna en la dignidad de sus bolsillos vacíos, las besa, las ofrece al cielo y ya bendecidas se las cuenta al suelo cada vez donde sus pasos se detienen.

El hombre que ama a su pueblo, lleva el vino de sus parrales, los sirve a la mesa y los rituales de la comunión y la entrega, lo comparte con sus semejantes, sólo hasta entonces paladares agradecidos, le contarán al tiempo que del más apasionado de los paisajes se bogaron la poesía de la tierra.

El hombre que ama a su pueblo se quita un estorbo de cada pie, cierra sus ojos y a tientas, lee los brailles de la piedra.

Las herencias del camino viejo sembrado de huellas misione­ras, la temperatura del planeta que le tocó por cuna y los fríos de la luna que sueña ser embarazada por el primer eclipse que le besa su panza de lunares.

el hombre que ama a su pueblo espera que la tierra ovule, la siembre de cereales y de cosechas ya paridas, llena las tiendas de sus hermanos olvidados.

El hombre que ama a su pueblo, ama a sus hembras, respeta a sus varones, lleva los niños a la escuela, lee los pergaminos de la vida en los surcos del abuelo, cuenta de memoria sus mitos, cuentos y leyendas, celebra sus fiestas, costumbres y tradiciones, y el día que muera y la tierra nuevamente ovule, lo siembren en la greda como a los cereales.

El hombre que ama a su pueblo…

AUSENCIA

Cuando no estás a mi lado pienso en tantas cosas para decir­te… decirte que he construido para los dos un castillo, para mirarme en la luz de tus ojos cuando te cuente que los ci­mientos están hechos con la esperanza del amor eterno y que tendrá mil hendijas por donde el viento entre, y nos deje los mensajes del mundo que ya no es nuestro.

Cuando no estás a mi lado te traigo a mi mente, desnuda, li­bre, generosa. mis deseos te exploran, y prometen repetirte a besos porque mis manos colonizadoras de tus valles y tus cimas ya no encuentran territorio virgen.

Cuando no estás a mi lado soy capaz de robarme las cosechas de tu universo, cuando no fueron mis semillas las que germi­naron en tu vientre, cuando no fue la barca de mis besos la que naufragó en tu boca… cuando no estás a mi lado le cuento al viento que te regalaré mis armaduras de quijote, mis locu­ras sin asilo, el pedacito de cielo que escogí para que vivan mis sueños, las ocurrencias de la lluvia, los incendios que provocó la tarde, pero estás al lado mío y prefiero quedarme en silen­cio, oís, porque siento que me perdería siglos de tu existencia si te lo contará todo.

YOYA

Vea… déjeme acercarme a usted, le prometo una chocita pin­tada con las huellas de la vida y el color de mis fotografías.

El piso tendrá tallas en piedras con fraguas de cal y arena, paredes de guadua y flora y techo de cielo para cuando me recuerde boca arriba, pueda leer mis poemas escritos en el sol, en la luna, en el viento y en la lluvia.

Ahí me espera, o la espero, si llega primero me espera boca abajo,

los helechos de su pelo suelto y la espalda descubierta como nuestro santa Elena.

Arropa sus caderas… porque me gusta más imaginármelas… pero piernas y pies desnudos para cuando apenitas llegué sembrarle cosquillas en las plantas de su universo.

Pero si soy yo el que llega primero, entra descalza y en silencio porque el suelo lo tendré entapetado con frutas y flores de mi vereda, el lecho vestido de pasión y espera.

Y en el cuaderno que te deje por almohada encontrarás un poema que sin maquillajes mágicos de metáfora sencillamen­te diga: LA QUIERO FABIOLA

RESBIBIA


Te regalo mis manos… huelen a caricia, tierra, lluvia y poema.

Son artesanas, orfebres campesinas, obreras subversivas y libertadoras, ociosas, exploradoras, silenciosas y preguntonas, exorcizan lujurias, persiguen instintos, alcanzan deseos, huelen a tu pelo, a tu boca, tus pechos, tu vientre, a tus jugos y a los vinos de mi santa Elena. Súbete a ellas, cierra tus ojos y vuela, están vacías… desde siempre te esperaron.

Te regalo mis manos

HERMANO POETA

Nace la palabra de justicias abortadas, en gritos ahogados desde las profundidades del miedo, nace en la esperanza sub­versiva disparando preguntas en montañas olvidadas, nace la palabra de la tierra muda tatuada de botas militares, de pie­citos desnudos chapaleando sangre en charcos derramados, en fosas no famosas, pero sí comunes, donde yacen reclamos comunales, indios en tierra de nadie masacrados, campesi­nos buenos arrancados cual maleza de la greda, del surco ya sembrado a calles pavimentadas, de la mesa ya servida, a los sobrados de la gula.

Nace la palabra, hermano poeta, de llantos analfabetas, silen­ciados por fusiles legales en manos letradas, nace de manos amordazadas en letras escapadas de dialectos incinerados y metáforas moribundas resucitando memorias enterradas. Pero nace también la palabra, nace, florece, se multiplica y nunca muere, nace en cunas de esperanza arropadas de nebli­na, metidas en rondas inventadas por el río, en risa de niños pintando escuelas de esperanza y colores de mariposas y aves tiñendo de color y vida cielos enlutados, nace la palabra en pandemias que nos recordaron: “el planeta tierra es de todos” y con la temperatura del abrazo nos liberó en refugios de ter­nura… pandemia que desde los gritos del Silencio nos contó que la vida sería un calvario sin la esperanza puesta en la re­surrección del nuevo día, virus revolucionario que en sueños subversivos nos hizo igual a todos y luego huyó llevándose lo que para vivir no necesitábamos y nace la palabra hermano de las manos del poeta, cual nido artesano, tejiendo alas en aves recién nacidas, surcando continentes, dinamitando fronte­ras, soplando al viento, refrescando esperanzas, peinando las palmeras de un ramillete de veredas, aromas de molienda, sudor y greda surcada de huellas descalzas, de cantores y an­cízares sin asilo.

Te quiero Palmira.


15 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

Comments


bottom of page