(Bolivia, 1986). Poeta y cineasta. Su más reciente libro “Mil y una noches sin Wi Fi” publicado en Valparaíso Ediciones (España 2021) fue finalista en el concurso internacional de poesía Vicente Huidobro. Ha publicado también los poemarios “Roca Negra (Editorial Andesgraund, Chile 2020)” y “El corazón entrega sus muertos” (Editorial Pasanaku. Bolivia, 2006).
Ha publicado en revistas especializadas como Círculo de Poesía (México) y ha participado en diversos festivales internacionales de poesía.
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MIL Y UNA NOCHES SIN WI - FI
Al caminar los largos corredores de una biblioteca
pienso que cada libro es un enigma que debería leerse
con los ojos cerrados.
Omar Khayyam, tenías razón sobre Las mil y una noches,
la eternidad es una mariposa.
Si estuvieras conmigo frente a esta computadora dirías:
–El mundo virtual es un espejo infinito, una mirada sin
tiempo –pero nunca escribiste esas palabras.
Ahora estoy seguro, el río en que vivimos fluye dos
veces en los sueños.
Acércate Omar, escribe conmigo.
Podemos mandar este poema con un solo clic a Nínive,
Persépolis o Cartago.
¿Prefieres escribir una carta a Ciro II el Grande?
No te preocupes, el correo electrónico
prescinde de carteros, de retrasos.
De todas formas, el destinatario es un mar diluido,
cada buzón esconde en su interior un nido de libélulas.
Recorro junto a ti, por última vez, los enormes estantes
de la biblioteca donde están guardados el Poema de Gilgamesh,
la Ilíada, el libro de Job, la Divina comedia y los Upanishads.
Desconecto la computadora y leo en tu mente mi
último pensamiento:
–La eternidad es el lugar donde Las mil y una noches
nos sigue soñando.
HISTORIA DEL CERO
Antes de las matemáticas, los pueblos de Mesopotamia
representaban el infinito con un círculo.
–El círculo –decían– es el origen del tiempo.
Entre los mayas el cero podía ser:
el dibujo de un hombre con la cabeza al revés,
una flor, media flor, o un jaguar devorando la mañana.
Bajo un árbol, Siddhartha Gautama supo que el vacío
era el lugar donde nacía la respiración.
El origen de Todo era la Nada.
Y la Nada podía ser un estornudo, la flor de loto, el
silencio, o su mirada.
Siglos más tarde el matemático indio Brahmagupta
dibujó por primera vez el cero como una serpiente infinita
mordiéndose la cola.
Ese dibujo es el que usamos todavía “0”.
Los árabes lo trajeron a occidente
después que Al-Khwarizmi descubriera el álgebra
y pasara la humanidad entera por el ojo de una aguja.
La invención del cero abrió un espiral entre los
números, una puerta giratoria en cada cifra.
Los bits de las computadoras, los algoritmos, los chats,
el código de barras, las URL, los cracks, la mecánica
cuántica: son el bostezo de la serpiente infinita,
un carrusel girando en la nada.
QUIROMANCIA PARA CIEGOS
El amor es una tormenta de luciérnagas en
el pecho,
un mar que inunda inesperadamente nuestros brazos.
Antes de subir al avión dijiste:
–Solo leo mensajes escritos directamente en la piel.
Y tenías razón, en las video llamadas lo único
que queda de nosotros, son pixeles.
Tu mirada siempre fue el aleteo de una
mariposa entre mis dedos,
un dibujo espontáneo a mitad del aire.
Pero eso es cosa del pasado.
En el computador es imposible mirarnos a los ojos,
nadie puede ver la cámara y la pantalla al mismo tiempo.
Cuando te conocí preguntaste mi fecha de nacimiento,
dibujaste mi carta astral en una servilleta y dijiste:
–El origen de la noche solo puede conocerse
con los ojos cerrados.
Desde entonces jugamos a buscar equinoccios debajo las
sábanas, y las caricias nos dejaron tantas marcas que
podríamos reescribir nuestra piel en braille.
Hoy, lo que queda de ti son mensajes de texto,
y una imagen de 64 bits en la pantalla.
Recuerdo cuando decías:
–El mundo “digital” es un conteo automático de números,
en cambio, nuestro cuerpo es una narración constante, una
historia.
La última noche fui a tu casa y me regalaste un libro de
quiromancia para ciegos.
Antes de partir dijiste:
– Las líneas en las palmas de nuestras manos
no llevan la firma del destino. Desde que nacemos,
las líneas de nuestras manos, llevan la firma del amor.
FUERA DE COBERTURA
Me pregunto qué diría Chuang Tzu,
el sabio chino que dibujaba puertas en el viento,
al ver los cuatro mil satélites que pusimos en órbita
alrededor de la tierra.
Él no entendería por qué la zona horaria universal mide
cada rincón del planeta con un péndulo milimétrico,
porqué todo está cuadriculado: las olas del mar, las
jubilaciones, los desiertos.
Cuando le preguntaban su opinión, decía:
“El pájaro cierra el pico y apaga su canto,
ese silencio es la unidad originaria de cielo y tierra”.
Inútil explicarle que cuando perdí el celular
fue como caer de espaldas y despertar fuera del tiempo,
que cada clic en la computadora es una forma de respirar,
que las instrucciones en las sopas instantáneas
son una nueva forma de filosofía.
Cuando el emperador chino llamó a Chuang Tzu para
nombrarlo Primer Ministro él se echó a reír y dijo:
“El ministerio es un cargo importante, pero ¿no has visto
nunca a un buey llevado al sacrificio entre sedas y perfumes?
¿No imaginas que se conduele y lamenta de que no lo hayan
dejado tranquilo como a los cerdos?”.
Cuando la señal se va, toda ilusión desaparece.
Cada noche al leer Por el camino de Chuang Tzu, de Thomas
Merton, siento que la vara con que medimos la vida
tiene la misma longitud que un bastón para ciegos.
–Solo la muerte, con su estrella eterna –diría él–
sigue brillando en el firmamento.
TELETRABAJO Y COSECHA DE ILUSIONES
Sentado frente a la computadora siento mi cuerpo
como una ausencia mal codificada.
El teletrabajo divide mi sombra en dos,
cada mañana el telón del dormitorio abre y cierra
una oficina virtual donde únicamente la soledad me
guiña un ojo.
Después de ocho horas en la misma posición pienso en mi
bisabuelo Gregorio Poquechoque, que cultivaba trigo en
campos donde solo crecían utopías.
Sus manos eran una cosecha de ilusiones y en sus brazos
aleteaban sus hijos igual que los recuerdos.
La primera vez que llevaron una radio a su pueblo
todos preguntaron cómo hicieron las personas que allí
hablaban, para entrar en un aparato tan pequeño.
Imagino a mi bisabuelo Gregorio,
brindando por la invención de la radio,
celebrando los nuevos inventos,
con un vaso colmado de enigmas.
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