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anclaediciones

Daniel Jiménez Bejarano

Actualizado: 22 sept


Colombia. Abogado penalista de la Universidad de Antioquia, Especialista en pedagogía contemporánea, Diplomado en acompañamiento filosófico y Magíster en Filosofía. Poeta, traductor y ensayista. Ha publicado doce libros entre poesía y ensayo. Algunos de sus títulos son: Permanencia en la melancolía (1992), Retrato con omisiones (1995), El goce concedido (1998), Íntima señora de la espina (1998), La senda inexorable (2003), Peregrinaje (2011), Salmos de la tierra oscura (2012), Cantor de un solo Señor (2013), Grietas en la Gran Muralla (2018) y Cántico de Suibne (2022). Tradujo la poesía del poeta congolés y ministro del medio ambiente de su país Henri Djombo, así como la obra de teatro “el Mal de la Tierra”, en el año 2014. Prepara la publicación de una antología del poeta Stan Rice. Facebook: Daniel Ricardo Jiménez


Correo electrónico: visionypoesia@gmail.com



INQUISICIÓN

Prepara un espejo roto

y mira tus labios,

hasta que fluya la melodía escuchada largamente

en los ritos funerarios,

la misma, que interminable,

recorrió el último antifaz de la locura.

Luego, macera los huesos

del primer pájaro que viste en el vientre de tu madre,

y frota con ellos tus labios

para dotar de piel tu melodía.

Lleva a la hoguera los colores más hermosos:

Que Inquisición sea tu dolor,

y cante sobre todo el pasado

 que de la sangre del sol bebiste,

que en el pájaro muerto de la infancia oíste.

Déjate ser el comendador

de un resguardo de tumbas en llamas;

trae de regreso la primera mariposa,

atrápala en un coral del grosor del fuego,

y vigílate. Vigílate.

La memoria y sus hogueras

pueden abrir tus ojos para siempre.

 


EL PIANO LOBO


Y si de pronto el piano comienza

un interminable aullido sin compás,

sucesión de agudos hasta la luna de tu sexo;

si un extraño pelaje

cubre las teclas, y una boca insondable

emerge de las cuerdas

para beber al cáliz de tu sangre en sacrilegio de fuego;

si por sorpresa la música se transforma en animal hambriento

y deja su huella en la sábana,

y furiosas jaurías de nostalgias

buscaran en vano su rostro,

olfateando cuerpos y rutas;

si de repente, el sortilegio del frío bien temperado

nos condujera hacia el lamento de un lobo

fatigado de leyenda;

si, inopinadamente,

el piano se transforma en magia de luna llena

y bendice el altar donde iniciamos el tiempo de veda,

aullido apenas de mi cuerpo,

de ese estar y no estar cuando te penetro

acorazado de música.

 

 

DE VARIA CABALLERÍA


 Anuncian que la caballería murió

asfixiada de sí, que no somos sus herederos,

ni siquiera sus reflejos.

Debo decir que no guardo fidelidad a Señor alguno,

ni obedezco jerarquía alguna,

que no pienso en el Quijote

cuando escribo mi tributo a lo que llaman muerto:

He visto en su lecho al amigo,

pidiéndome su muerte;

y al mendigo rehusar una moneda brindada con desgano,

a un Dios pálido que insiste en sangrar su presencia

ante la ira del teólogo;

a un hombre que elige la lealtad del amor

pese a tener compañía y en contra de su mismo llanto,

a un anciano que bendice al joven

que se mofa de su ceguera,

a un adicto desastrado que interrumpe el tráfico

para que pase un niño,

 y aun, desde algún lugar secreto,

un hombre canta a una muchacha distante

mientras la metralla devasta su casa.

 

Dicen los sabios que la caballería ha muerto.




BIOGRAFÍA


Te han expulsado del barrio

 de las prostitutas.

En el convento, ni los mismos santos

soportaban el furor de tu éxtasis

hecho de vuelo.

Ningún oficio te sedujo con el enigma necesario,

y hasta el mismo dolor

te escupía como a un alimento perdido.

Te postraste con igual respeto en todos los altares

y tus ojos conocieron por igual

el deseo y las visiones de ese mundo más allá del deseo,

entrevisto en el sexo.

Y justo antes de creer

que sólo te faltaba por vivir la expulsión de la muerte,

encuentras sin descifrar la lengua del ángel

que hiere tu boca en cada derrota.

 

 

 

NAVEGACIÓN


Encontrar al azar

un mapamundi sin continentes,

sólo islas y mar

y nombres tristes y hermosos como Fidji o Irlanda.

Soñar un mundo sin cartas de navegación,

ni rutas guiadas por la estrella polar,

sólo islas y el fuego de San Telmo en el mástil,

y barcos fantasmas,

y la luna que nos quita del alma

 el dolor y la angustia

y cae sobre el agua como el recuerdo

de la madre sobre el hijo,

 

y un compañero silencioso

para turnar el timón

con rumbo a ningún lado,

a esa isla cuyo nombre es “Algún Día”

y en la que veremos por fin el mar de la tranquilidad

que soñamos en la luna.

 

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